Marco

Siempre tarde. Siempre al final. Por más que lo intentaba, Marco no llegaba. Corría lo más rápido que podía, pero siempre se le escapaba. Lo veía pasar ante sus ojos.

Si hubiera corrido más rápido o si el tren hubiera salido más tarde, a lo mejor ahora sería parte del grupo. Sería uno más. 

Pero no fue así. Y él sabía que nunca lo sería. Así que se conformó con llegar tarde, con ver pasar el tren delante de sus ojos, con ver como todo el mundo avanzaba menos él. 

Se podría decir que Marco era algo fuera de lo normal. No es que pasara desapercibido pero tampoco era una persona memorable.

Marco era uno de esos chicos que parece que lo conoces de toda la vida pero que nunca te acuerdas que existe.

Y él lo sabía. Mientras veía pasar el tren, se imaginaba diferentes vidas. Diferentes vidas en las que él era el protagonista. Aunque no siempre.

A veces también recreaba escenas en las que él estaba detrás, como era usual en su vida actual. Esto no le producía tristeza, sino todo lo contrario. 

Marco llegó a crear una especie de armadura ante su tardanza, ante la lentitud de sus pasos. Lo veía como una especie de suerte. Gracias a eso Marco tenía tiempo de pensarlo todo tres veces antes de dar un paso. 

Pero las cosas nunca salen como se planean. Marco no pensaba las cosas antes de dar un paso. Estaba tan preocupado por llegar a tiempo que nunca se detuvo a admirar el camino. 

Solo quería llegar. Quería llegar antes de que se cerrarán las puertas, pero nunca lo consiguió. 

Día tras día, semana tras semana, mes tras mes, Marco nunca faltó.

Siempre corrió lo más rápido que pudo para ver cómo se cerraban las puertas delante de él. Para ver cómo se subían todos al tren, mientras reían y celebraban sus logros. 

Un día todo cambió. La lluvia y el granizo no detuvieron a Marco. Ese día tropezó en un charco y su cara se hundió en el lodo. Estaba oscuro y olía a tierra mojada.

Marco notaba como entraba la tierra mezclada con el agua por sus oídos y por su nariz. Estaba a gusto dentro. Nunca había sentido tanta paz. 

Estuvo unos segundos dentro del charco hasta que se acordó del tren. Se levantó deprisa y miró el camino. 

«¿Siempre ha estado ese camino ahí?», pensó Marco. Justo ese día se dio cuenta de que había un pequeño camino junto al principal.

Todavía no sabe si fue el lodo, la lluvia o que a lo mejor se pegó más fuerte en la cabeza de lo que había sentido, pero ese día decidió tomar el otro camino. 

Marco caminó por el sendero lleno de plantas. Era como un túnel verde que lo resguardaba de la lluvia. Los pájaros cantaban y vio un conejo saltar entre los arbustos, o eso es lo que pensó que había visto. 

A lo mejor el golpe sí había sido fuerte. 

De cualquier forma, Marco siguió su camino. El sendero parecía una U y Marco tenía la sensación de caminar siempre por una curva interminable. Pero siguió hacia adelante. 

Después de varias horas caminando, apareció un arcoíris doble. «Esto es una buena señal», pensó Marco y se repitió así mismo que los arcoíris son un buen augurio en cualquier parte del mundo. 

Se emocionó y empezó a correr para mojarse de esos colores. Quería vestirse con ellos y arroparse en el arcoíris. 

Sus piernas corrían solas. Si alguien lo hubiera visto pasar, hubiera pensado que Marco volaba. Iba tan rápido que sus pies no tocaban el suelo. Solo quería llegar hasta el arcoíris. 

Empezó a notar que le faltaba el aire; su corazón palpitaba tan rápido que parecía que iba a saltar desde su pecho rompiendo su camiseta. Por suerte, ya estaba llegando. 

Marco estaba llegando al final del sendero. El arcoíris estaba cada vez más cerca. Casi lo podía tocar. Dos pasos más y lo podría agarrar con sus manos. 

Llegó al final del camino. Alzó la mirada y vio que el arcoíris estaba encima de su cabeza. Era como un arco gigante multicolor que enmarcaba el sendero. Le pareció curioso, pero no le dio mucha importancia. 

Pasó por debajo del arcoíris y a su derecha vio que había una carpa blanca que se levantaba sobre el césped. Había sillas debajo de la carpa que miraban hacía una pantalla.

Escuchó voces.

Marco se acercó a la carpa y vio que la gente empezó a llegar. Era la gente del tren. Todos reían y aplaudían mientras caminaban hacia las sillas. Uno a uno se sentaron, mirando hacia la pantalla. 

Marco se quedó de pie, no quería robarle el sitio a ningún pasajero del tren. A pesar de que siempre los había visto con un poco de recelo, no creyó oportuno quitarles el lugar. 

Cuando todos los pasajeros del tren se sentaron, la pantalla se encendió. Salió la imagen de una boca en blanco y negro, como una película antigua pero moderna. 

—Marco, siéntate —dijo la boca de la pantalla. 

En ese momento, Marco notó como le empezaba a escurrir el lodo que tenía en la nariz y en las orejas. Su cuerpo temblaba de miedo y su corazón latía cada vez más fuerte.

Las fosas nasales se le abrieron tanto que si su cerebro hubiera sido líquido seguro se hubiera salido también. 

Marco no quería ofender a la boca y tampoco quería escucharla pronunciar su nombre otra vez. Así que se sentó. Había una silla libre para él en la esquina, con su nombre incrustado en plata en el respaldo. La silla tenía la medida perfecta para él. 

En cuanto se sentó, un destello salió de la imagen y la boca se abrió y salió de la pantalla. El ruido había empujado a todos los pasajeros y a Marco hacía el respaldo de sus sillas.

Marco no se podía mover, pero no tenía miedo. Era la misma sensación que había notado cuando cayó en el charco. 

La imagen en blanco y negro de la boca inundó la carpa. Los pasajeros y Marco desaparecieron. 

Algunos rumores dicen que Marco al final lo consiguió, logró ser parte del tren. Pero hay otros que dicen que Marco nunca llegó. Que ese sendero en U nunca pudo haber existido y que la lluvia enterró su cuerpo en el charco. 

Así que si un día corres hacía el tren y pasas por un charco, puede que Marco este debajo. Deseando que tú sí llegues al tren.

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