Alrededor de las 19:00 del miércoles de la primera semana de agosto Federico salió de su casa. Estaba decidido a pasar toda la noche fuera, así que se llevó todo lo necesario para llevar a cabo su misión.
Agua, un par de manzanas, galletas, pan, dos pares de calcetines por si llovía y tenía que cambiarse los que llevaba puestos, tres calzoncillos por si acaso, el cargador del móvil, la cámara de fotos, una manta ligera por si le daba frío, los auriculares, dos camisetas, unos shorts, unas chancletas por si acababa en la playa, una corbata por si acababa en un lugar elegante, un cepillo de dientes nuevo, pasta de dientes tamaño viaje porque el tamaño grande que tenía en su baño sería demasiado, dos chocolates, un libro pequeño, billetes y monedas, una libreta y un lápiz con punta.
Cerró la cremallera de su mochila y se dio cuenta de que tendría que cargar mucho peso. Pero si dejaba algo, la misión podría verse comprometida. Así que se guardó una caja de paracetamol por si le llegaba a doler la espalda o los brazos por cargar esa mochila tan pesada.
Al salir de la puerta miró hacia los dos lados de la calle, pero nadie venía. Cerró con fuerza la puerta, le dio tres vueltas a la llave, se colocó bien la mochila, se arregló la camiseta, comprobó que los cordones de sus zapatillas estuvieran bien atados y empezó a caminar.
Cruzó la calle y aceleró el paso. Si no había llegado a la hora que le prometió, debía ser porque estaba en el parque, esperándolo. Seguro que había sido un malentendido.
Sacó el móvil y buscó la forma más rápida para llegar al parque del centro. Cuando lo encontró, se detuvo un momento para enchufar los auriculares, buscar la playlist que había preparado para la ocasión y sacar todo el aire que llevaba dentro.
Cerró los ojos dos segundos, todo se volvió negro, la música empezó a sonar. Abrió los ojos y con paso firme caminó en dirección al parque. Tenía la esperanza de que lo estuviera esperando ahí, sino, no entendía por qué se había retrasado tres horas.
Sí, Federico estuvo esperando tres horas en su casa a que llegara, pero ya no podía esperar más. Si lo hacía, la misión no se podría llevar a cabo. Sería la primera vez que no regresaría a casa a dormir por la noche y por eso prefería tener compañía, para poder asegurarse de que estaría toda la noche fuera.
Federico siguió caminando hacia el parque intentando evitar cualquier distracción. En el camino vio a dos personas gritando fuera de una floristería. Parecía que uno era el dueño de la floristería y el otro era el dueño de la barbería. Bajó el volumen de la música para escuchar lo que estaban diciendo.
Por lo que llegó a descifrar, los pelos de los clientes del barbero habían volado hasta las flores que estaban en la calle. El hombre de la floristería gritaba con los brazos en el aire que ahora nadie querría oler las flores y que no las podría vender. El barbero, que era mucho más bajito que el otro hombre, daba saltos mientras mantenía la cabeza mirando hacia arriba y gritaba que no era su culpa.
Con tanto movimiento sus tijeras se cayeron al suelo y el hombre de la floristería las piso tan fuerte que las deformó.
El barbero le dijo que había desatado a la bestia y empezó a tirar todas las flores al suelo. Todo el suelo se llenó de pétalos, agua, hojas y tallos. Al ver todo el desorden que habían causado, los dos hombres se empezaron a reír. No se dijeron nada y cada uno entró a su local.
En medio de toda la pelea, Federico sacó su cámara y logró capturar al barbero mientras saltaba y le pegaba con su barriga al otro hombre. En la foto se veía todavía más bajito de lo que realmente era. Federico se río, guardó su cámara y siguió su camino.
Pasó tres canciones de la playlist hasta que encontró una que era perfecta para apretar el paso. Tenía que darse prisa o llegaría tarde al parque, aunque no estaba muy seguro de que realmente lo estuviera esperando ahí. De cualquier forma, no quería ser impuntual.
Giró por una calle pequeña. Las tiendas estaban cerrando y la gente sacaba la basura y la dejaba a la izquierda de sus puertas. Federico pensó que todos estaban muy organizados.
Con cada minuto que pasaba el cielo se oscurecía un poco más. Esto hizo que Federico por primera vez experimentará una sensación extraña, una especie de miedo combinado con emoción y alegría. No le molestó en absoluto y sacó su libreta y el lápiz para describir lo que estaba sintiendo.
Guardó las cosas y siguió su camino. Iba dejando atrás el sonido de las persianas que se bajaban.
Federico salió a una avenida muy grande, nunca había pasado por ahí, algo extraño porque había vivido toda su vida en esa ciudad. Pensó que debía ser cosa de Google y sus mapas extraños.
Se dio cuenta de que en esa avenida había una estatua muy grande en medio de los carriles, pensó que era algo peligroso tener un monumento tan grande justo por donde pasan los coches, pero como no lo había diseñado él, solo se detuvo dos segundos a hacerle una foto a la estatua y no le dio más importancia.
Ahora no volvió a guardar la cámara, se la colgó del cuello para que estuviera preparado y pudiera sacar fotos a todo lo que encontraba interesante.
Un grupo de chicas pasó junto a él, parecía que salían de trabajar. Todas iban muy arregladas, con un maletín en la mano izquierda y el móvil en la derecha. Le pareció curioso, al igual que las bolsas de basura en la tiendas, que todas hicieran lo mismo. Les hizo una foto para recordar ese momento.
Al final de la avenida había una fuente. El chorro de agua que salía era muy débil y no tenía fuerza de llegar muy alto, salía y se quedaba ahí mismo. A Federico le pareció una fuente ridícula, una fuente que desentonaba con todo lo que había visto hasta ahora, pero aún así le hizo una foto y anotó en su libreta lo que pensó al ver la fuente para que no se le olvidara.
Giró a la izquierda por una calle llena de árboles, ahora sí sabía donde estaba. Dos pasos más y llegaría al parque del centro.
A lo lejos vio los bancos del parque y una sombra que salía de debajo de la farola. Puede que Federico tuviera razón y realmente lo estuviera esperando en el parque.
Corrió hacia la sombra que estaba de espaldas a él. Federico se fijó en el sombrero que llevaba la sombra, era un sombrero muy pequeño y elegante, le dio mucha risa y le hizo una foto. El ruido de la cámara alertó a la sombra, que se giró lentamente hacía Federico.
¡Sí! Era él, sí lo estaba esperando en el parque. Los dos amigos se abrazaron. Federico le preguntó si tenía todo lo necesario porque no llevaba ninguna mochila. Su amigo sacó dos entradas y le dijo que era lo único que necesitaban. Federico no hizo ninguna pregunta sobre las entradas, solo les sacó una foto. Su amigo le señaló un árbol enorme que había en medio del parque.
Federico no entendía nada pero siguió a su amigo. Al llegar al árbol su amigo golpeó tres veces el tronco. El tronco se abrió como si fuera una puerta y salió un hombre que medía, por lo menos, dos metros y medio. Los dos amigos entregaron las entradas y el hombre les dejó pasar.
Bajaron unas escaleras que estaban hechas con las raíces del árbol. Federico pensó que ahí sí aprovechaban todo. Al final de las escaleras había un telón rojo de terciopelo. A cada extremo del telón había dos chicas bajitas sujetando una cuerda de color oro. Las dos chicas le sonrieron a los amigos, tiraron de la cuerda y abrieron el telón para dejarlos pasar.
Justo cuando cruzaron el telón las chicas les dieron la bienvenida.
Federico y su amigo habían llegado a la fiesta más exclusiva que se había hecho desde el siglo pasado. Ahí estaban todas las criaturas que existían en el mundo. Federico sacó su cámara pero no le dejaron hacer fotos. Por motivos de confidencialidad nadie podía saber que ellos estaban ahí.
Lo único que quedó de esa fiesta fueron los recuerdos que Federico logró escribir en su libreta al otro día cuando llegó a su casa. Pero no recordaba nada después de haber cruzado el telón rojo de terciopelo. Solo pudo escribir que había cumplido su misión y que pudo pasar toda la noche fuera de casa. Al abrir su mochila se dio cuenta de que había utilizado todo lo que había llevado, pero no sabía por qué lo había hecho.
Nunca recordó lo que había pasado ahí adentro.